La legislatura porteña aprobó un proyecto de ley para poder instalar en la ciudad de Buenos Aires plantas incineradoras para residuos sólidos urbanos con recuperación de energía como respuesta a la saturación de los rellenos sanitarios. Las críticas de amplios sectores de la sociedad alertan sobre la poca sustentabilidad de esta tecnología, tanto desde lo económico, como de lo social y ambiental, dado el elevado costo de su construcción y operación, la posible pérdida de fuentes de trabajo de recuperadores urbanos y los desechos tóxicos de cenizas y gases liberados a la atmósfera, entre otros impactos.

Antonio Brailovsky describe en su libro “Memoria verde” que durante los años setenta Buenos Aires estuvo cubierta por una nube gris azulada causada por los humos de los incineradores de edificios y fábricas. Las imágenes aéreas de los satélites mostraban una niebla opaca evidenciando la contaminación del aire de la época. La eliminación de los incineradores y el cambio a los rellenos sanitarios significó la baja del hollín atmosférico y permitió la visión de nuestra hermosa ciudad en las fotografías satelitales.

La incineración por los rellenos sanitarios significaría volver al punto de partida con algunas diferencias y simetrías. Los avances tecnológicos como el aprovechamiento de la basura para generar electricidad -de ahí su nombre “Planta de Termovalorización”- mejoraron los procesos y las nuevas chimeneas ya no liberarían humos grises opacando el cielo, sino gases invisibles pero extremadamente tóxicos -dioxinas y furanos-, generadores de enfermedades para la población aledaña a la planta. Las cenizas resultantes -también tóxicas- podrían terminar en un relleno o aún peor, en el río.

¿Cómo llegamos a esta situación? 

Previendo los problemas de capacidad de los rellenos sanitarios se reglamentó en 2007 la Ley de Basura Cero, que establecía metas de reducción de residuos que, al día de hoy, no se cumplieron. Se pretendía reducir el 75 % de la cantidad de basura a lo largo de diez años, pero sólo se llegó al 25 %. Para colmo de males, el relleno sanitario del Complejo Ambiental Norte III del Conurbano Bonaerense que recibe la basura de los porteños (6 mil toneladas por día) se cerraría en cinco años. La ciudad no tendría lugar disponible para enterrar sus desechos y la provincia no estaría dispuesta a brindárselo.
Para paliar el problema el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires se inclinó por la “termovalorización”, copiando el ejemplo de algunos países europeos. La diferencia importante es que esos países queman todo lo que no sirve y reciclan todo lo que sirve, llegando a tasas de reciclado del 60 % (Alemania y Austria). Nosotros, en cambio, no alcanzamos el 10 %, sin olvidar que el principal reciclado porteño se debe a más de 5000 cartoneros -verdaderos héroes ignorados- que intentan salir de la marginalidad y la pobreza trabajando en condiciones insalubres, recuperando materiales que vuelven al sistema productivo y aportando al desarrollo sostenible.    

¿Cuál sería la solución para los residuos?

La tarea es difícil y plena de riesgos económicos y ambientales. Las ciudades que optaron por la incineración padecen la falta de basura para alimentar de combustible a las plantas y deben importarla asignando cuantioso dinero público para su operación, mantenimiento y el estricto control de contaminantes liberados al ambiente para cumplir con la normativa. Además, el dióxido de carbono (CO2) que escupen las chimeneas contribuye inevitablemente al cambio climático.
El problema de la basura no tiene soluciones mágicas pues no se puede ir en contra de las leyes de la naturaleza. Por ello, las premisas básicas a seguir comprenden a las 3R (Reducir, Reutilizar y Reciclar), lo que se traduce en: generar la menor basura posible, reutilizar y reciclar todo lo que se pueda e ingresarlo al sistema productivo. Recién después quemar o llevar a relleno lo que no sirva, recuperando energía. Los contenedores en vía pública y los centros verdes para reciclado son pequeños pasos iniciales que no alcanzan.
El Estado tiene la obligación de asignar recursos suficientes para la gestión de residuos urbanos “sustentables” e incluir al vecino como sujeto clave para la separación en origen de la basura, a través de la educación y la concientización constante (Japón es ejemplo en tal sentido), obviando publicidades como “la onda verde” que sólo es propaganda gubernamental.
El proyecto de incineración con recuperación de energía ya fue aprobado y el relleno sanitario tiene fecha de defunción: resta saber cómo reaccionarán los vecinos cuando se enteren de la construcción de una incineradora cerca de sus casas.
En el siglo XVIII el científico parisino Antoine Lavoisier estableció la ley de que “nada se crea ni se pierde… Sólo se transforma”. Cumplamos esa ley y no hagamos como el gobierno de aquella época que lo guillotinó.

* Ingeniero Civil - Especialista en Ingeniería Ambiental.