Hay miles de historias de cracks precoces. Y muchas otras de jugadores que vivieron bajo la sombra de un compañero y recién explotaron cuando llegaron a Primera. La de Lionel Messi tiene un poco de las dos: así como siempre se lo consideró un fuera de serie, también tuvo que resignar protagonismo ante otro proyecto de futbolista. En su caso se trató de Juanjo Clausí, con quien compartió las Inferiores del Barcelona y quien era el encargado de todas las pelotas paradas. Sí, el chico que no le dejaba patear los tiros libres a la Pulga.

Dueño de la camiseta número 11, Clausí era uno de los intocables en la famosa categoría 87 del Barsa, en la que también jugaban Gerard Piqué y Cesc Fábregas y a la que un gurrumín Messi le dio un salto de calidad cuando llegó a España. Zurdo, habilidoso y con una excelente pegada, era el designado por los técnicos para ejecutar cuanta pelota quieta hubiera.

Penales, tiros libres y córners eran suyos. Messi lo sabía y lo respetaba, pero en su interior se moría de ganas de probar su calidad también en esas cuestiones. Y el propio Clausí lo reconoció: "Ya todos sabíamos que Leo era un jugador especial. Hacía la diferencia. Y estaba claro que también tenía talento para hacerse notar con la pelota parada".

Con los años, la calidad de Messi lo eyectó hacia el primer equipo del Barsa. Llegó para quedarse y convertirse, así nomás, en el mejor del mundo. Clausí, en cambio, no tuvo la misma suerte. Sin lugar en el club catalán, se fue al Benidorm, de la segunda categoría de España, donde debutó. Y luego continuó el resto de su carrera en la tercera.

Los tres goles consecutivos que convirtió Leo de tiro libre (ante el Girona, Las Palmas y el Atlético de Madrid) generaron una catarata de elogios para su manera de pararse, de impactar la pelota, de superar cuanta barrera le pongan. Se reflotó una antigua anécdota de los días de Diego Maradona como entrenador de la Selección, en la que le dio algunos consejos sobre cómo sacarle mayor rédito a las pelotas paradas.

Sin embargo, el mismo Clausí reveló que el 10 no necesitaba más que confianza y... ¡que lo dejaran patear! "La verdad es que era habitual que pateara yo. Y muy de vez en cuando nos turnábamos. Leo era eléctrico, habilidoso, rapidísimo y nos sorprendía todos los días. Era un escándalo. Y es lo que se ve ahora. Puedo asegurar que ya sabía cómo pegarle a la pelota, de mí no aprendió, ja, ja, ja", contó en Radio Marca.