A sus 14 años, Ismail está "dispuesto a todo" para subirse a un barco con rumbo a Europa pero, entretanto, deambula por los alrededores del puerto de Ceuta, enclave español en Marruecos, y vive en la calle como decenas de menores de edad, en su mayoría marroquíes.

"En casa no hay ningún porvenir", dice el adolescente, que viste una sudadera y porta un gorro en la cabeza. Sentado en una acera, cuenta su historia con la mirada perdida.

Ismail "creció en una familia pobre" de Tánger, en el norte de Marruecos, a un centenar de kilómetros de Ceuta, y abandonó la escuela cuando tenía 12 años.

Hace dos meses, escaló la valla que separa este territorio europeo del continente africano "con el acuerdo de su madre, que reza para que entre en Europa".

A su alrededor, una decena de jóvenes se pelean por compartir un porro. Él mismo se define como "adicto al hachís". El más joven del grupo, un chico delgado, vigila por si aparece la Guardia Civil, a la que siempre intentan evitar.

Ceuta es la última etapa para los migrantes procedentes de África subsahariana y del Magreb que quieren alcanzar el sueño europeo.

Pero primero han de saltar la valla coronada de alambres de púas que, al igual que en el otro enclave español de Melilla, marca una de las únicas dos fronteras terrestres entre África y Europa.

Los menores de 18 años esperan beneficiarse de la legislación europea, que prevé dispositivos de acogida especiales para los migrantes menores de edad aislados, y limita los procedimientos de expulsión.

Las reglas, a menudo dispares según los países, son cada vez más restrictivas debido al incremento de las llegadas de migrantes a la Unión Europea (UE) en los últimos años.

En Ceuta, decenas de jóvenes se cuelan cada día entre las rejas de entrada del puerto para intentar agarrarse bajo un vehículoque suba a bordo de un barco con destino a Algeciras, en el sur de España, a unos 40 minutos de allí.

Desde la ciudad andaluza continuarán su odisea hacia Madrid, París o Berlín, casi siempre en la miseria.