¿Quién mueve?

Lo que hace unos años nos hacía mirar la Argentina por dentro, y buscar las explicaciones de los que nos pasó políticamente desde lo nuestro (la derrota del peronismo, lo que había hecho posible un triunfo de Cambiemos, etc.), incluso con una suerte de sobre-determinación de lo político más que de lo económico, se terminó: hace un tiempo que “el mundo es noticia”, y que esa noticia también nos explica. Se equilibró la balanza. El Brexit o el rechazo colombiano en las urnas al acuerdo de paz o el triunfo de Trump, y el más reciente de Bolsonaro en Brasil, fueron dando señales de algo, de un cambio, de un giro. Y eso se podría resumir en una frase: la derecha es la que mueve el límite de lo posible. Si hace más de una década lo hacía la izquierda al menos en la región, aquellos gobiernos “nuevos”, catapultados sin un paradigma claro pero que nos acostumbramos a llamar populistas para englobar, hoy ese límite lo tienen otras “alternativas”. 

Pero para decir “la derecha” deberíamos hacer bastantes aclaraciones, porque dónde colocaríamos en Estados Unidos al proteccionismo trumpista, la antiglobalización de hecho que encarna no sólo su guerra comercial con China, sino también su deseo de no financiar más “instituciones del mundo”. En Europa (en España, en Francia) el movimiento nacionalista es más rudo que la amabilidad universitaria de un Podemos, un partido joven nacido de la indignación que se consumió en la pasión por discutirse a sí mismo. En Europa no se están preguntando “cuál es el sujeto”. Lo ejercen. 
De algún modo en este tiempo la política se pregunta cómo ser la anti política. El efecto Bolsonaro, al menos en lo que ofrece como menú electoral, parece ser la forma de una política de la indignación. El gobierno macrista no es excepcional aunque sí tiempista. No apareció con la contundencia del líder brasileño, sino más bien como un intérprete globalista de los problemas argentinos, ofreciendo una política para la pos grieta a través de un arranque de la economía que terminó siendo, en verdad, la etapa superior de la grieta. 

La plata tiene más o menos tres fuentes: la pedís prestada, la emitís o la cobrás. A la ausencia estructural argentina de dólares, que el cristinismo suplía con una política de emisión, swap chino, presión fiscal y cepo, el macrismo le imaginó una salida llamada “gradualismo”: pedirla prestada, “salir a los mercados”. Fallaron por completo, vino el ajuste. Y así pasaron de ilusionarnos a deprimirnos. Del sí-se-puede al realismo. Pero siempre sobre la base de sus propias ficciones: la lluvia esotérica de inversiones antes o “el único camino posible” ahora. Convencernos de lo inevitable es una gran obra de ficción. Pero esta agresividad ajustadora contra sindicatos, “planes”, organizaciones sociales, contra los setenta años de populismo, hace sistema con el mundo. Al final su afinidad no es económica, no es un mundo “más integrado”, más global, más “prestamista”, pero sí es un mundo que discute los parámetros culturales y políticos de esa integración global. Dicho rápido: discute las políticas de minorías. Si el kirchnerismo combinó economía proteccionista y política de minorías, el macrismo está obligado a invertir exactamente esa ecuación: economía de mercado y política del hombre común. Así, al ajuste lo estructura en un relato.