Anti intelectualismo pro

¿Qué cosas se discuten en Argentina? Aborto, acuerdo de ajuste con el FMI, pacto fiscal con las provincias, relevamiento de barrios populares. Una agenda no exactamente “liviana”, como simplifica Alejandro Rozitchner el tipo de agenda que le gusta. Rozitchner expresa el ideólogo de Cambiemos obsesionado con ridiculizar y caricaturizar una figura de “intelectual” que en verdad es un recorte: el prototipo de intelectual de izquierda de las ciencias sociales. Algo que estereotiparon Capusotto y Lanata en sendas parodias: Capusotto en una suerte de músico/poeta sobre-elaborado, en una crítica desde adentro que, cuentan, hacía mear de risa al propio Spinetta; y Lanata contra Carta Abierta, en su infinita venganza contra sí mismo y lo que fue él mismo: un joven progresista. Rozitchner parece previsible y se dijo: quiere matar a su padre. En fin. Pero volvamos: Macri ejerce un poder cerradísimo, un círculo íntimo donde se toman decisiones trascendentes en las que participan poquísimos. ¿Cuánta gente supo antes y discutió los detalles del llamado al Fondo, cuyas consecuencias durarán años, o el decreto que involucra a las FFAA a participar de la seguridad interior? Cambiemos no es un partido de conversaciones aunque ame la palabra conversación. Tiene un apoyo intelectual relativo, en cuyo centro habitan dos figuras que hacen alarde de anti intelectualismo como Pablo Avelluto y el nombrado Alejandro Rozitchner. 
En el debate del aborto (¿un debate liviano?) hubo posiciones cambiemitas que sobresalieron de un modo clásico por su solidez intelectual a los fines argumentativos del proyecto tan celebrado “transversalmente”. Uno de ellos es un duro al que la oposición ama odiar: Fernando Iglesias. 
Pero la filosofía general del gobierno, su fragancia principal, está inspirada en el rechazo fanático a los “grandes debates”. Podemos leer eso todos los domingos a Jaime Durán Barba publicar en el diario Perfil las variaciones de una misma columna en la que nos explica el siglo 21. Pero el Estado te obliga a responsabilidades como la salud pública, la educación, la industria, el comercio exterior, que no son temas “livianos”, ni resoluciones de problemas cotidianos exclusivamente. La política es también una tarea intelectual. De hecho, el anti intelectualismo, es una tradición intelectual cuya explicación amerita el terror de las huestes: cinco minutos de atención. Tiene las formalidades de un populismo: hay una “elite” a la que llaman círculo rojo que detenta el monopolio de las discusiones y de los usos de la Historia y Cambiemos encarna la política de la gente común. ¿Cómo fue posible? Tal vez el contexto sobre-girado en la etapa final kirchnerista donde la prosa florida de los intelectuales se hacía más y más barroca mientras se inhibían de nombrar palabras concretas (inflación, restricción externa). Pues bien, en esa ausencia de las cosas concretas (una batalla cultural donde cada vez había más bosque y menos árboles concretos) este anti intelectualismo sintió que la mesa estaba servida: y ajustó su política a lo que ya sabemos. Un plan económico sin el más mínimo resultado. 
En Argentina se recuerdan las cosas, se dialoga con la Historia, porque existe la brujería de una sociedad civil que así lo exige. Que es paralela a la fantasía de una mayoría silenciosa. El dato empírico de que “el 90% de lo que la gente comparte por whatsapp no es político” que repiten los funcionarios de la comunicación convive con las recientes leyes y debates parlamentarios (ley de emergencia social, ley de barrios populares, ley de emergencia social, aborto) desarrollados por un Congreso rodeado de… “sociedad civil”. 
La otra operación más compleja es que este anti intelectualismo que propone un “cambio cultural” en la Argentina también toma decisiones trascendentes: es rigurosamente selectivo de lo que es pasado y lo que no. Se puede “volver al Fondo Monetario Internacional” pero porque es un “nuevo Fondo”. Están dispuestos a restarle “densidad” a la política porque a las personas comunes no les importan los debates ni los liderazgos mesiánicos donde se tiene “la verdad” pero no están dispuestos a darles el derecho al consumo a esas personas comunes. ¿Cómo se hace una política para el hombre común sin una economía para el hombre común?
En estos días nos movemos entre dos extremos: la operación de unos cuadernos virtuales (una suerte de “ficción basada en hechos reales”) y la explosión seca y trágica de una garrafa en una escuela de Moreno que ya había denunciado en el Consejo Escolar intervenido del distrito el escape de gas. Cada cual elige el ruido que quiere escuchar.