El miedo a ser kirchnerista

Organización, acuerdo, pelea

El oficialismo empezó a tambalear en diciembre de 2017, y ha encontrado motivos para seguir haciéndolo. Los problemas económicos se mezclan con los políticos y aparecen denuncias de corrupción comprensibles para el Gran Público (el caso de los “aportantes truchos” descubierto por Juan Amorín). En ese marco, el tema de la “unidad de la oposición” se impone de manera maciza en el mundillo politizado. Es un triunfo si se lo compara con el increíble derrotismo reciente, según el cual Macri se quedaba 20 años y luego era sucedido por Vidal. Pero hay que intentar un paso más. En efecto, discutir la unidad es discutir táctica, lo que está muy bien. Pero toda táctica se basa en una estrategia. ¿Qué tipo de país queremos? ¿Hay que subir las retenciones? ¿Felipe Solá estaría de acuerdo con esto último? Prudentemente, los analistas políticos nos indican que no hablemos de estos temas. Hablemos de la unidad y las PASO y quien “está caminando más”, quién mide más, quién tiene más armado acá o allá, etc. Pero habría que rechazar este achatamiento del pensamiento militante. El kirchnerismo logró muchas cosas; entre ellas, que la política fuese algo más y algo diferente que la intriga, la “rosca”, etc. El kirchnerismo enseña algo: el pragmatismo sin ideología es ideología. Veamos.

El período abierto entre 2008 y 2010 significó la explosión de la discusión política en Argentina. La ferocidad golpista de la oligarquía, el poder de los medios hegemónicos, el sentido del peronismo, qué es ser de izquierda, de derecha, dónde hay que militar, para qué sirven los sindicatos: todo fue objeto de debates profundos, interesantes, formativos. Ahora es como si no pudiese discutirse nada de esto. Hay que conformarse con muchísimo menos: la “unidad”, es decir, la necesidad de “buscar acuerdos”. Según la opinión difundida, Macri gobierna porque la oposición no se pone de acuerdo. Entonces hay que “dejar las diferencias de lado” (lo que solía significar “dejar a Cristina de lado”, al menos hasta la publicación de las últimas encuestas) y todo el problema se reduce a encontrar mecanismos para dirimir las candidaturas de manera “sana”. ¿Hay que comer muchos asados con los que piensan parecido en algunas cosas? ¿Hay que ir a una gran interna con todo el universo adentro? ¿Quién será candidato? Estas cuestiones, como puede verse, son no-ideológicas y, por añadidura, fetichistas. De hecho, el mundillo politizado es muy fetichista. Convierte tácticas de coyuntura en principios sagrados. Por ejemplo: “el kirchnerismo es demasiado ideológico y sectario, se pelea con todos, no puede construir unidad; así que tenemos que unirnos con todo el mundo”. Esto es muy flojo. No sólo lo desmiente la historia. Es forzoso hacer un desarrollo teórico al respecto. Podríamos decir que en política hay básicamente tres cosas que se pueden hacer: 1) organizar, 2) acordar, 3) pelearse. Si encuentro alguien que piensa en gran medida igual que yo respecto de los temas de fondo, adoptamos la misma identidad y nos organizamos. Si encuentro alguien que piensa distinto a mí en los temas de fondo, pero compartimos algunos puntos mínimos de carácter táctico/coyuntural, es posible acordar. Si no comparto nada, ni lo estratégico ni lo táctico, me peleo. La tan meneada “unidad” consiste simplemente en acordar. Pero el anhelo de “unidad” oscurece el problema de que sólo acordamos con aquello que no podemos organizar, y sólo nos peleamos con aquellos con quienes no podemos acordar. Y que todo esto se hace en relación a un eje: los temas de fondo. Lo que se llama “la ideología”. Lo que se llama “la identidad”. Es decir, el kirchnerismo –salvo que haya otra identidad mejor: más popular, más transformadora, más igualitaria, pero dicha especie no se le reveló a “este cronista” al momento de escribir la presente nota.

Psicoanálisis del miedo a ser kirchnerista

Cada vez que dos dirigentes de distinto signo político se sacan una foto, las redes “explotan”. Este anhelo tan pomposo de unidad “con todos” se explica por el miedo. No es sólo miedo a que “vuelva a ganar Cambiemos”. El miedo es a asumir la identidad kirchnerista, la identidad mayoritaria en la oposición: la única que puede congregar a las otras en un proyecto de poder realista y, a la vez, interesante. Este miedo a veces aparece como un “estoy enojado con Cristina, porque nos hizo perder en 2015”, infantilismo que deposita en la conducción todos los problemas para poder decir, al final del día, “yo no fui”: para no hacerse responsable, en lo posible, nunca de nada. Pero en realidad no es enojo: es miedo a ser kirchnerista; un miedo inducido por Clarín, cuyo poder aún se subestima. Su justificativo responde a una mala lectura política, que es necesario reponer y discutir. El mundillo parte de la premisa de que en 2015 no hubo una derrota solamente electoral y política, sino una derrota histórica. Es decir, una derrota que no se limita a alterar la relación de fuerzas, sino que aniquila una identidad política: el kirchnerismo. (“Derrota histórica” podría ser la que experimentó un montonero luego de 1983: efectivamente, el país había cambiado radicalmente, la estrategia de acceso al poder había cambiado, el vocabulario político había cambiado.) Pero nada de eso ocurrió ahora. Al mundillo no se le ocurrió pensar que este engaño era precisamente el que buscaba provocar la derecha. Un balotaje perdido por décimas en 2015, una elección muy digna en 2017, la mayor capacidad de movilización aún vigente, conservación de liderazgo y estructuras organizativas… eso no se parece en nada una derrota “histórica”. Se puede seguir siendo kirchnerista perfectamente.

Otras de las formas de aparición de este miedo, menos inmadura que el “estoy enojado con Cristina”, es la siguiente: “Obviamente yo desearía que Cristina fuese candidata, pero no conviene que lo sea, porque genera mucho rechazo; el candidato tiene que salir de una interna entre Solá y Rossi”. Pero acá sólo queda notar que lo esencial en la política es la voluntad: si realmente queremos algo, no debería importar el rechazo que supuestamente genera; la tarea militante consiste en tratar de revertirlo. En otras palabras, por culpa del miedo hay personas que están traicionando su deseo de ser kirchneristas, de bregar por que Cristina sea la candidata, de aplicar la Ley de Medios y de aumentar las retenciones a la soja todo cuanto sea necesario. Y no hay que tener miedo de lo que queremos, porque Néstor dijo que no había que tenerlo y porque enseñó a superarlo, realmente, en la práctica. Jacques Lacan formulaba la ética del psicoanálisis con la siguiente exhortación: “no cedas en cuanto a tu deseo”. Si queremos realmente ser kirchneristas, democratizar los medios y el Poder Judicial, estatizar los sectores clave de la economía, revisar la deuda externa, lograr un mayor empoderamiento ciudadano, no hay motivos para renegar de esto con la pantomima “realpolitikera” de complicados armados electorales cuya realidad se evapora todos los días, y en los que rigurosamente nadie cree, ni nadie se logra entusiasmar. Podríamos decir: ocupémonos de ser kirchneristas, de organizar la dispersión reinante en función de los temas por los que vale la pena hacer política, y Cristina definirá los acuerdos y las peleas con el mayor margen deseable. Podríamos decir: la organización vence al tiempo, los acuerdos no.