El peor momento de Vidal

¿Qué efecto tiene el escándalo de los aportes truchos en Vidal? Todas las encuestas hablan de una caída en su imagen. Llegó a estar por encima del 60% después del triunfo de octubre del año pasado, y hoy cae a 40 y pico. Creamos en eso por un rato. Nos conviene. No es la destacable investigación de Juan Amorín para El Destape lo que perforó el globo sino la situación económica y el desmanejo de la crisis cambiaria que borró de un plumazo esa palabra que se repite y es odiosa: las expectativas. Pero este “escándalo” pega en uno de sus fuertes: la imagen de transparencia, de “nueva política”, de honestidad. Aunque la propia Vidal y el gobierno descanse sobre su recurso retórico: el círculo rojo. Dirán, como dicen de todo, “¿a cuánta gente le importa esto?”. A colación, se difunde que en realidad la relación entre Vidal y Macri sufre un desgaste. Difícil de creer que entre Macri, Vidal y sumo a Larreta, las relaciones se deterioren más allá de lo calculado. Las internas del partido de gobierno son los padres. Un funcionario porteño lo comentó del modo más prolijo posible: estos tres hablan más entre ellos que lo que hablan con sus propios funcionarios y operadores que, en tal caso, estimulan esa “interna”. Creer o reventar.

El tema de los aportantes de campaña viene de 2015, aunque ese año hubo algunos candidatos que denunciaron aparecer en la lista de aportantes. En 2017 se armó un padrón trucho que cruzó afiliados también truchos (es decir, gente que no sabía que lo estaba) con los datos de ANSES que permitía saber si eran beneficiarios de planes sociales, de modo de hacer más verosímiles esos “aportes”. Los pobres figuraban aportando hasta 2 mil pesos, las personas de mayores ingresos hasta 40 mil. En resumen: gente que estaba afiliada a un partido y no lo sabía, y que realizó aportes para la campaña de su partido sin saberlo.

Mi impresión no es tanto en el golpe que derrumba los apoyos, sino en la desmoralización del voto propio. Un gobierno que se dice peronista es “juzgado” en relación a los resultados que obtiene en la igualdad social. Un gobierno que se dice republicano lo sería por los resultados institucionales. Un peronista bonaerense decía “a nosotros nos dicen chorros todo el día, pero a ellos esto les pega ahí, porque además sale de la supuesta abstracción de las offshore, esto es la guita de la campaña”.

¿Y qué pasa en la oposición? ¿Cómo puede aprovechar este momento? El gobierno a esta altura sobreactúa esa especie de día de la marmota electoral: apuesta a que Cristina sea candidata, la instala, amplifica sus silencios y la cobertura de sus movimientos. Lo dice Clarín, lo dice Lanata, lo dice Bullrich, lo dice Pichetto. El gobierno horrorizado por las incertidumbres de su propia caída económica, en esa apelación tan temprana a Cristina candidata pareciera buscar alguna certeza, construir al menos un horizonte previsible. Como si se dijera a sí mismo y a los más propios: “somos esto, vamos contra ella, te ofrecemos su derrota”. Lo dicen, además, como si la acumulación de frustraciones sociales no llevara ya su propia firma. Como si los que no pararan de crecer no fueran “los estafados de Cambiemos”.

El peronismo, al que también el gobierno etiqueta como “racional”, se llena de figuras que sólo miran el 70% del electorado no kirchnerista sin ver lo que de ese universo el macrismo tiene loteado, su núcleo duro. No hay Partido Justicialista (sigue en ese limbo intervenido), hoy nadie tiene claras las siglas nacionales o provinciales, y el discurso sufre un leve corrimiento: ya no se habla tanto de unidad. Parecería por momentos primar más una idea de a río revuelto, ganancia de pescadores. Porque incluso el periodismo oficialista así procesa el mal momento del gobierno y el mismo affaire de aportantes truchos: “son todos lo mismo”. Leña al fuego de la anti política. Y así, frente a peronistas que quieren ser “garantía de gobernabilidad” y miran exclusivamente el mundo ancho y ajeno del electorado no kirchnerista, Cambiemos parece el artesano paciente de esta trampa electoral de segmentos: tal vez no la creó, pero sí la “perfeccionó”. En la larga Argentina del 30% de pobres y frente al “populismo de minoría” del kirchnerismo, Cambiemos se juega su verdadera carta: una política sin “nueva mayoría”. Eso que muchos repiten: partido de ballotage. Un juego al límite en todos los sentidos y sobre todo al de su desgaste: a casi tres años de gobierno le ofrece “a la sociedad” sólo ganarle a Cristina, como si ya, además, no empezara a ser posible que ocurra lo contrario, aún cuando la elijan ellos y crean que esa elección del rival sea tomada como una decisión “maquiavélica” y no como el dato de la fractura social de su gobierno. Pero la tarea de la oposición será distinguir quiénes de verdad le quieren ganar a Cambiemos y quiénes quieren solo ganar la “interna” peronista, si te separa más Macri de los otros “compañeros” o te separa más Cristina, aún cuando la tarea no es sólo de unidad sino también de síntesis (Rossi, Solá, Rodríguez Saa, parecen también percibir esta simultaneidad de tareas, reconstruir puentes). Construir una oposición que mire, por empezar, el 70% del electorado no macrista. Aún queda mucho tiempo y el dato que motiva esta nota alienta el brío opositor por lo que muchos bonaerenses de a pie empiezan a ver: Vidal es Macri.