El significado del tarifazo

Planeros, planeros por todas partes

Después de la Reforma Previsional, “tarifazo” es la contraseña de la oposición. Tiene la virtud de ser un eje muy genérico y de atacar una constante de la política macrista. Hay que recordar que en el lejano año 2016 la palabra para aumentar las tarifas de los servicios públicos era “sinceramiento”. Aunque este tópico era tomado de manera irónica por la oposición, igual terminaba siendo “el” término predominante de la coyuntura, su clave explicativa. Pero a nadie se le ocurriría hoy decir “sinceramiento”. Ni en broma. No hay margen –ahora se dice “tarifazo”. El aumento de los servicios se traduce gramaticalmente en un sufijo aumentativo. Esta victoria de la oposición se recuesta sobre la victoria anterior de la Reforma Previsional: la política del Gobierno consiste en la idea de que hay que tomar medidas duras pero necesarias, pero el problema es que el tarifazo ha dejado de parecer “necesario”. Parece caprichoso. Parece violento. Y esto cambia todo.

¿Qué ha cambiado? La clase media ha empezado a sentir que su plata no vale. La filosofía política del cualunquismo empieza por un axioma: “yo pago mis impuestos”. Con este salvoconducto, la clase media puede argumentar que pertenece a la sociedad. Es la carta de ciudadanía, lo que permite hablar, ser un actor político: pago mis impuestos, y entonces tengo derecho a insultar al Presidente o a quien sea. La derivación por derecha se escribe sola: los “villeros” no pagan impuestos, se cuelgan de la luz y así están robándole a la sociedad, de modo que el Estado no debería darle ninguna ayuda, porque entonces le está dando derechos a delincuentes. El razonamiento no tiene misterios: la sociedad está dividida entre los ciudadanos que pagan sus impuestos y los vagos que no los pagan, viven de subsidios del Estado y pretenden tener derecho a cortar una calle y protestar. De un lado está la gente, del otro los planeros. (Como es obvio, en Argentina no hay ningún problema con cortar la calle, hacer piquetes o movilizar, siempre que esto lo hagan quienes pagan impuestos, la llamada gente común, y no los planeros, que no tienen la dignidad de ciudadanos, sino el estigma de extranjeros.)
Aparece, entonces, el problema cultural: si la clase media no puede pagar la luz, entonces se convierte en una clase menesterosa, que requiere ayuda del Estado. Se vuelve planera a la fuerza. No es solamente que le resulte impagable en términos económicos. Además, pierde la carta de ciudadanía: pierde derechos políticos. Y esto es el horror. 

La clase media merece el Paraíso, y de hecho se dirige hacia ahí, pero no puede pagar el transporte

La pantomima de los radicales yendo a la Rosada para negociar alguna ventaja para la clase media tuvo un efecto cómico. El senador Mario Negri ni siquiera mereció la dignidad de una conferencia de prensa en un salón oficial. Declaró de parado ante la custodia del humillante Massot, que en una involuntaria confesión televisiva había dejado entender que los radicales eran un socio muy menor en la coalición oficialista. En esas magras condiciones se rubricó el pacto: Mario Negri, el Emilio Pérsico de la clase media, logró el pago de la luz en cuotas. También en este caso la conquista arrebatada al Gobierno sabe a poco. 

Entonces aparece, o debe aparecer, Elisa Carrió: la voz gutural de la clase media. Pero en vez de echar rayos por los ojos, Carrió se pone a hacer equilibrio entre la imposibilidad de pagar el tarifazo y el peligro de que los kirchneristas capitalicen el descontento. La representación de la demanda ocurre de manera muy incompleta. Queda echar mano del troll center de Marcos Peña, que se abalanza sobre las redes con la teoría de que La Cámpora se infiltró en Edenor y Edesur para manipular las tarifas y volverlas impagables. Es decir, el Gobierno decidió que en el tema tarifario sólo recibirán explicaciones los antikirchneristas delirantes y furiosos. Para la gente común, ajo y agua: Federico Pinedo declaró que estábamos ante “el último gran aumento” y que en mayo las cosas mejoraban, y que todo seguía siendo culpa de Cristina y el populismo, pero esta línea ya evidencia la vocación de retroceder.

Inexistencia del PJ como problema y existencia de Cristina como solución

Mientras tanto, el kirchnerismo avanza y convence. El tarifazo se ha vuelto su propio medio de comunicación de masas. Hace dos semanas, Luis Majul se preguntaba por qué, si Lula estaba preso, Cristina seguía libre. Es notable que la persecución no haya avanzado nada con ese precedente tan cercano. No se habla de Los Sauces, no se habla del PJ, se habla de lo que quiere Cristina. Diciendo “tarifazo”, el kirchnerismo vuelve a tener la certeza de que le habla a la mayoría de la población. Esto configura un éxito incalculable en las actuales circunstancias. Y en parte se debe a que Cristina no dedicó ni un minuto de su tiempo a hablar de la cortina de humo de Barrionuevo, Servini y demás. Tampoco las candidaturas son un tema convocante, ni el volátil y sentimental tópico de la “unidad del peronismo”. Hay poco espacio para comunicar en el macizo régimen macrista, y cada segundo debe usarse para lo más útil, es decir, para hablar de los temas que permiten acumular poder. Los movimientos tácticos de Cristina son ejemplares en esta fase y merecen una imitación más generalizada.