Así como hay gente que es “un lugar”, hay gente que es “una época”. Hay personajes en la política que pertenecen a una época. Su cara, su voz, su influencia, funcionan como la emoción de la canción de moda: algo que no podría no haber existido y no podrá no ser olvidado. Parafraseando al incombustible Enrique Pinti: “pasan los gobiernos y se llevan los artistas”.  

Pensemos en el dirigente rural Eduardo Buzzi, de la Federación Agraria que capitaneó la mesa de enlace durante el conflicto del campo. De la nada a entrar como Pancho por su casa a los estudios de televisión en el 2008, mientras convocaba multitudes en Rosario, Buenos Aires, en las rutas. Fue cuestión de semanas su familiarización con las luces de la escena. Todos nos habituamos a su presencia en cuestión de días, de horas. Cuando ganó su batalla, perdió. Se perdió. Siguió, pero como una sombra.  

Salvando las distancias, le pasó al legendario Saúl Ubaldini en los años 80. Aquel enorme sindicalista, hizo de su oratoria, de su sonrisa y su llanto, de su campera negra de cuero, de su fondo socialcristiano y combativo, un estilo completo. Contemporáneo al movimiento “Solidaridad” (y su líder Lech Walesa) de la Polonia del deshielo y al papado de Juan Pablo II, pudo ser el rostro de un peronismo histórico abatido a los pies del Alfonsín modernizador y democrático. Batido a duelo con Alfonsín, se terminaron prodigando mutuo respeto. Ubaldini tenía con qué: había sido digno combatiendo a la dictadura, a la que le organizó un paro en pleno 1979, cuando la represión mantenía su intensidad. Pero un día se fue, se apagó su estrella, la vuelta de página de una década. Menem lo derrotó, no Alfonsín.  

Les pasó a otras figuras: Adelina De Viola, la chica de la UCD, rubia, bronceada pero un poco arrabalera, pudo modular un discurso liberal y popular. En los 90, cuando ganaron sus ideas, ya estaba prácticamente sepultada. El movimiento de las placas tectónicas la encontró debajo de una. Quedó en la sombra. Ser una época, diríamos entonces, y luego quedar en esa época, no significa que se termina su tiempo porque perdés la lucha de las ideas: quizás se termina tu tiempo porque también ganás. Hay de todos los casos.

Esto ocurrirá con Jaime Durán Barba. Dos amigos politólogos hace pocos días dictaban un seminario de comunicación política y se encontraron con la pregunta precisa de un alumno que casi titubeó al decirla: “¿Es normal que los consultores hablen de cómo lo hacen?”. Lo que expone la pregunta: que Durán Barba dice en público lo que debería decir en privado. En esa pregunta hay también una exhortación a una “privacidad perdida” de la política, a una nostalgia inesperada por las viejas representaciones que se consideran por Jaime Durán Barba “perimidas”. JDB quiere escribir el epitafio de la “clase política”, esa idea de una política que resuelve cosas a espaldas de la sociedad. Por eso él prefiere ser un consultor del siglo21: cuenta sus secretos.

¿Y cuál es el viento que se lo llevará?  El de la Historia: esta crisis económica en la que nos metieron.