Ola verde

Sociedad civil y poder

Alfonsín y la ley de divorcio. Menem y el fin del servicio militar obligatorio. Kirchner y el matrimonio igualitario. Como tuiteó Mariano D’Arrigo la mañana del jueves: todos los gobiernos tuvieron sus “hitos liberales”. Se podrían enumerar más. 

Macri, de salir la ley de despenalización (IVE), parece aún no terminar de sentir si es un gol a favor o en contra, en sus consideraciones neutrales siempre tan tibias (“celebro el debate”); cuando la Historia no podrá evitar escribir que fue el presidente que habilitó el tratamiento, es decir, de describir en eso su propio hito. Euforia se respira estos días por eso que todos llaman “sociedad civil”, que, como las brujas: no existe, pero que la hay, la hay. Y que fue sobre lo que se recostó Alfonsín para sostener la ley de divorcio o Kirchner para apoyar el matrimonio igualitario y emprender la tarea de juntarle votos (fue la única votación en la que participó). Pero aquellos dirigentes tomaron el toro por las astas. Macri parece siempre el rehén de su propia decisión: “tercerizar el poder”. Al FMI o al Congreso. No es que a Macri no le gusta el poder, ni que no lo tenga, sino que no les gusta el poder en el poder político. Luchan contra el macho alfa cuando el macho alfa está en el Estado. Pero quieren “devolverle” el poder a los otros machos alfas: las corporaciones, los monopolios, etc. 

El gobierno no tuvo respiro: a la ola verde feminista le siguió la ola verde de un dólar “descontrolado” y la movilización de Camioneros que, a esta altura, ostenta el derecho a ser reconocidos como el gremio a la vanguardia de la lucha salarial. Cuando la chicana a las demoras cegetistas para llamar a un paro se ponen a la orden del día (uno decía “que vuelva el kirchnerismo así la CGT vuelve a parar”) no viene mal recordarle la ignorancia al virtual chicanero: los gordos e independientes de esa CGT que demoró el paro nunca paran. No le paraban a Cristina tampoco. Y eran los más aplaudidores en el atardecer del salón blanco cristinista. El que paró siempre fue Moyano. Afinar la memoria no viene mal. Volvamos a la despenalización. 

Si CFK revisará su opinión como ya dijo (y podemos recordar la decisión de incluir el Misoprostol en la canasta de “Precios cuidados”), si Pichetto (al que muchos kirchneristas aman odiar) se toma el trabajo fino de recolectar votos del interior profundo del peronismo para votar la ley, como dijo, si Scioli revisó su voto y su conciencia, si Malena Galmarini caminó los despachos renovadores, si Felipe Solá o el Chivo Rossi dieron discursos ejemplares, si el bloque del Movimiento Evita (acaso el más literalmente papista) votó “en bloque” a favor del proyecto, si el cierre simbólico lo hizo la diputada oficialista Lospennato, si el proyecto de ley  tuvo la firma original de Lipovetzky, fue la tracción de un viento de época. Otear el viento no es leer las encuestas. Las condiciones de la época no te las da un consultor. El debate del aborto tuvo las virtudes de los grandes debates argentinos: impactaron de lleno y transversalmente en todas las estructuras políticas. No hicieron una Moncloa, sino que crearon su propia grieta: etaria, y entre progresistas y conservadores. O como se la quiera tipificar. Y, de última, en un político el oportunismo es lo menos condenable. Quién hubiera dicho que de la vieja y peluda clase política (el PJ pampeano de Verna) iba a nacer el voto de los diputados que desempataran la media sanción.