Peronismo y feminismo

En el medio de la saturación política habitual, Mundial incluido, los éxitos sostenidos del movimiento feminista merecen especial atención. De modo indirecto alumbran la discusión dentro del peronismo. Conocemos hasta el hartazgo sus contornos: por un lado, la oposición firme a Macri, Vidal y el FMI (el kirchnerismo); por otro lado, los “negociemos con esta simpática nueva derecha” (el resto). Por la caída estrepitosa en la imagen del Gobierno, toda la discusión se fue enmarcando más cerca de la postura de los “firmes”. Aunque no por completo. Pichetto dejó de representar nada, pero Menéndez ha encontrado la manera de sacarse una foto en la Embajada de Estados Unidos mientras el FMI hundía nuevamente sus garras en la economía argentina (y Felipe Solá se las ingenió para no dar quórum a la sesión contra el FMI: una lástima, y una obviedad). El debate, en fin, también continúa. Pero la discusión del aborto muestra un modelo general de acción política que solamente alguien como Bossio podría desdeñar. Veámoslo.

Simplificando mucho el asunto, digamos que el feminismo argentino pudo articular espectacularmente su demanda de mínima (“ni una menos”) con su demanda de máxima (“aborto legal”). No era fácil dar semejante paso. Desde la perspectiva conservadora de los antiderechos –que constituye una parte significativa del “sentido común”– está muy bien que las mujeres pidan que no las maten, pero está muy mal que reclamen el derecho a “matar” (es decir, abortar). ¿Cómo logró el feminismo persuadir a la mayoría de la sociedad y de la dirigencia de que ambas demandas no sólo no eran contradictorias, sino que formaban parte del mismo sistema de valores? Los argumentos son conocidos: los abortos clandestinos producen muertes de mujeres, de manera que se trata de una urgente cuestión de salud pública; hay miles y miles de abortos por año y nadie considera que esas personas sean realmente “asesinas”; las mujeres tienen derecho a decidir sobre sus cuerpos, etc. Además, es obvio que existe una hipocresía enorme respecto al tema: en su libro Fornicar y matar, Laura Klein sostiene irrebatiblemente que las personas suelen tener una postura “pública” y hasta filosófica respecto al aborto, pero que cuando le toca realmente decidir ante un caso que la afecta personalmente… la filosofía se va al diablo y todo se define con razones pragmáticas: si fue buscado o no, si la madre es muy joven, si hay plata para financiar la crianza, si es un “buen momento”, etc.

Pero no fue sólo por el lado de los argumentos que el feminismo ganó su primera batalla legislativa. Lo que hubo fue una militancia impresionante del tema, y además adoptada en un sentido “radicalizado”. El feminismo no buscó caerle simpático a nadie. No generó “consenso” ni “diálogo” con el patriarcado: generó un auténtico y saludable miedo. Se preocupó por ganar las discusiones, instaurar su línea, y convencer por medio de la prepotencia ideológica. Por cierto que la sanción de la ley implicó un trabajo de negociación y concesión (por ejemplo, el proyecto aún le da lugar a la “objeción de conciencia”), pero dicha negociación se dio exactamente donde y cuando tenía que darse: luego de la impresionante demostración de fuerza, y sólo para barrer los últimos obstáculos de un triunfo que, ante todo, es cultural. El feminismo no buscó moderarse para convencer indecisos, ni fue a sacarse fotos con Aguer: a los indecisos los convenció ideologizando la discusión, y mostrando un enorme poder de fuego. Basta con repasar los “escraches” de los últimos meses, que involucraron famosos de todos los rubros de la cultura general… ¡hasta el “marido ideal nacional”, el insuperablemente mítico Hijo de la Novia (Ricardo Darín) fue objeto de sospechas sobre su conducta! El feminismo fue jacobino y su premisa también: “todos los hombres son machirulos hasta que se demuestre lo contrario”. Así logró “cazar afuera del zoológico”; así consiguió el épico triunfo de la Cámara de Diputados. (De hecho, cuando algún varón argumentaba que “si sos tan extremista no me vas a convencer”, entonces las feministas lo ridiculizaban… y así lo convencían…)

Pero seguramente los pañuelos verdes no agotan su potencial en la demanda del aborto legal. Más bien parece que el proceder feminista debiera servir de inspiración al conjunto de la oposición, es decir, al peronismo. Pero hay que evitar que esta frase sea una llamada demagógica vacía. Se ha dicho que la fuerza del feminismo radicó en su transversalidad parlamentaria: lograr los votos de algunas diputadas de Cambiemos, la ayuda de Lipovetsky, etc. Esto no es así. Lo notable del feminismo no es Lospennato (de quien puede predicarse la buena frase de Malena Pichot: “no se puede ser de derecha y feminista”), lo notable es su método implacable, su pureza ideológica, su claridad de objetivos. Para la discusión interna del peronismo, respecto a “qué hacer ante Macri” valen exactamente las mismas razones. El feminismo no tuvo empaques en acusar a quien se corriera un milímetro de la línea. ¿Por qué esto no valdría para los que se sacan fotos con Vidal todos los fines de semana?  En otras palabras, si el feminismo no se modera y vence, ¿por qué el peronismo debería ser moderado? El feminismo no buscó parecerse a la sociedad patriarcal, buscó transformarla. Lo está haciendo. El lenguaje inclusivo gana terreno todos los días. Por ello, el peronismo tampoco debería preocuparse por parecerse a la sociedad autodestructiva que votó a Cambiemos dos veces seguidas, sino más bien por lo contrario: lograr que la gente quiera parecerse a los ideales peronistas, es decir, kirchneristas. Hay que recordar el sorprendente y eficaz contragolpe ante la típica frase, dicha en general por mujeres, de “las feministas no me representan”. Nuestros intelectuales pejotistas se habrían aterrorizado ante ese enunciado. ¡Oh, no estamos representando! ¡Le estamos hablando a los convencidos! ¡Moderémonos, por Dios! Pero las feministas no se mosquearon: replicaron que no querían “representar” a la sociedad, sino cambiarla. Con un método: la militancia. Pareciera que funciona.