Puede fallar

La pregunta es: ¿dónde están los que les creen? La típica prosa periodística utiliza esta muletilla: “llovieron los memes”, dando cuenta de la lluvia ácida en twitter cuando se descubren los trucos de utilería de la comunicación oficial. Llámese: el montaje falso en un jardín de infantes, una llamada espontánea editada que se le nota la edición por el cambio en la taza en la que está tomando Vidal o un diálogo con una vecina que termina siendo una militante de Cambiemos, que participa en la difusión de otros diálogos con Piter Robledo o Carolina Stanley. Cero drama con la conversación entre líder y militante, siempre que sea presentada así, en esos términos. Debemos suponer que existe un lugar, un receptor de estos mensajes, donde el mensaje hace su camino. Estirando sin límites una metáfora de la época: sería la comunicación de la posverdad oficial. Más fácil decirle ficción.

Las decisiones de la comunicación oficial, como tantas cosas, nos hablan de la época. Néstor Kirchner tenía una orden para su protocolo: permitir el acceso de los noteros de CQC a su perímetro. Esa “orden” era estricta y a la vez era la lectura de una época: el descreimiento de la sociedad podía alcanzar también a los medios de comunicación tradicional pero no a este emblema del periodismo más clásicamente “anti político”. Kirchner dialogaba con esa anti política. No lo rechazó de entrada. Su presidencia era el primer hijo del 2001. Sabía que debía construir contraseñas con esos “noteros”.

Pero este tipo de gafes presidenciales conforman un runrún imparable. Vayamos al principio de la democracia. Alfonsín tuvo en 1987 el famoso “a vos no te va tan mal gordito”, que le propinó durante un acto en la ciudad neuquina de Chos Malal a un tal Sergio Valenzuela, quien, junto a otros vecinos, estaba haciendo oír los costos sociales del ya atribulado Plan Austral. Hambre. Valenzuela pasó diez días en un calabozo por desacato presidencial, y sin embargo tuvo no sólo un reencuentro televisado con el expresidente sino incluso una relación solidaria (Alfonsín le dio una ayuda económica al hombre y su familia). 

De la Rúa tuvo su episodio el 21 de diciembre del año 2000. Recordado hasta el hartazgo, pero no sólo por las torpezas del expresidente (equivocarse el canal y el nombre del programa, el nombre de la esposa del conductor y la puerta de salida del estudio) sino por la “falla” en la seguridad presidencial: cuando el hijo de uno de los presos de La Tablada le exigió a los gritos por la situación de los convictos en huelga de hambre. No fue un ataque físico, pero el acercamiento desesperado encontró al expresidente solo, sostenido de atrás por Tinelli e intercediendo por delante el Oso Arturo.

Un año después, su gobierno se desplomaba.

Cristina también la pasó mal. Fue en 2012, un año crítico, durante la entrevista con estudiantes de Harvard. La comunicación oficial estaba controlada y personalizada: no había conferencias de prensa, y para bien o para mal todo el mundo recuerda sus cadenas nacionales. Su enfrentamiento con los grupos de medios (Clarín) la decidieron a obviar los protocolos de comunicación de la “prensa burguesa”. Pero en aquella conferencia con estudiantes la pasó fulera. Tuvo que hablar hasta de su improbable re-reelección.  

Estos días nos muestran las torpezas de un gobierno en, justamente, el campo de su obsesión. Las fallas de la comunicación, los crujidos de una tecnología en el contexto crítico de la economía real, a la que vienen desplomando mes a mes. Escribió Mariano Schuster en revista Panamá un bello texto sobre el obrero Camaño y su interpelación al presidente que sirve como cierre: “Puede que se llame Raúl, Andrés, Pedro o Antonio. Pero ahí, en el complejo de viviendas del Plan Procrear de Parque Patricios, era un obrero más. Porque, por estos lados, un obrero siempre es un obrero más. Más problemas que soluciones, más necesidades que posibilidades, más quilombos que salario. Presidente, en cambio, hay uno solo. No es “uno más”: es el único. Y si lo ves pasar por tu cuadra, lo sabés.”