Sobre Juan Carlos Schmid, su renuncia y el futuro

En Argentina estos últimos tiempos ocurrieron muchas cosas. Una, que pasó más desapercibida, es la renuncia al Triunvirato de la CGT del dirigente Juan Carlos Schmid (secretario general del Sindicato de Dragado y Balizamiento). Schmid era lo mejor del triunvirato. Lo mejor por su trayectoria, lo mejor porque nunca estuvo a tiro de “carpetazo” (un hombre limpio), lo mejor porque abrió la CGT a los otros, a los trabajadores de la “economía popular”. Cuando se debilitó su vínculo originario con el moyanismo, Schmid exploró un acercamiento con los movimientos sociales. Cercano a Luis Cáceres (ladrilleros), al Gringo Castro (secretario general de la CTEP), abrió las puertas de la CGT a estos nuevos “descamisados”. Pero Schmid quedó atrapado en un juego político siempre complejo: el del poder sindical argentino. ¿Cuál es el pecado repetido de ese poder? Creer en su inmutabilidad, que siempre la organización vence al tiempo, sin correcciones. Y casi diría que fue el pecado de todo el peronismo: subestimar el significado del macrismo. Todos los peronismos (desde el kirchnerismo y la desastrosa campaña hasta los “racionales” y su intento por “parecerse”) subestimaron su propia fuerza de contención al giro macrista. En todo caso, subestimaron la capacidad destructiva sobre el viejo país peronista que Cambiemos implica. 

¿Cuántos paros sufrió Cambiemos? Cuatro en casi tres años, y cuatro de los 43 paros generales que hubo desde 1983. El sitio Chequeado publicó que “el ranking lo encabeza De la Rúa, con un paro general cada tres meses, y el segundo lugar es compartido: las presidencias de Eduardo Duhalde (Partido Justicialista) y Alfonsín tuvieron un paro cada cinco meses”. Macri es el cuarto presidente con más paros. El ranking inverso es Néstor Kirchner, CFK y tercero Menem. Pero estamos ante un momento de apertura: la reconfiguración del sindicalismo frente a Cambiemos. Un nuevo golpe a la legitimidad (ya) herida de la CGT. La salida de Schmid abre un interrogante. Juan Pablo Brey, dirigente de los aeronavegantes y de la Juventud Sindical, también pegó el portazo en la CGT. El 20 de septiembre último Sergio Palazzo (bancarios), Hugo Moyano (Camioneros) y Ricardo Pignanelli (SMATA) presentaron el Frente Sindical para el Modelo Nacional. Fue una demostración no sólo de fuerza gremial y corporativa. La socióloga Ana Natalucci detalló en revista Panamá que las intervenciones en dicho congreso “tuvieron tres puntos en común, aunque no coincidieran en sus posiciones: la caracterización del gobierno nacional, la posición frente a la CGT y la continuidad del plan de lucha. De esta manera, en esos discursos se sintetizaban cuestiones respecto de la posición con el gobierno nacional y el FMI y también hacia otros sectores cegetistas. En el documento leído al final del plenario se sintetizaron esas discusiones presentando sus demandas e instando a la implementación de medidas específicas. Entre las demandas: cambio de la política económica, rechazo a la reforma laboral, derogación de la reforma previsional y tributaria, retrotraer las tarifas al 1 de diciembre de 2017 y cambios en la política aerocomercial.” Una repolitización del sindicalismo, plantea Ana Natalucci, tomando como parámetro que en el proceso de 2001 el sindicalismo (CTA, MTA, etc.) mostró fuerza en la resistencia pero carencia de programa. Dicho mal y pronto: sólo sabían que querían la caída de De la Rúa y Cavallo. Y luego el vacío. Y a Dios gracias vino Duhalde a ocuparlo. 

Juan Carlos Schmid soportó desde agosto de 2016 una doble circunstancia: ser el hombre de Moyano en el Triunvirato, de un Moyano que en agosto de 2016 se “retira”, y que, de mínima, se había mantenido expectante sobre el gobierno de Macri; y a la vez atravesar la metamorfosis de la relación de Moyano con Macri. El pasaje moyanista del diálogo a la confrontación abierta. El rol de Pablo Moyano, como vocero del ala dura del moyanismo, desarticuló e impactó sobre Schmid porque uno de los blancos predilectos de sus dardos radiales empezó a ser el mismo Triunvirato, demasiado “prudente” frente al gobierno de Macri.

Luego del fallido paro del 18 de diciembre (tras la votación del recorte previsional), que fue boicoteado por muchos sectores de la misma CGT, Schmid declaró en una entrevista con la revista Crisis: “Después del 18 de diciembre anduve mal anímicamente, estuve a punto de patear el tablero. Es fulero que te desautoricen. Siendo que pararon muchos sectores, y le pegamos una zamarreada, pero otros no acompañaron. Pero soy un tipo con ciertas costumbres que no adquirí en el campo sindical, las traigo de los barcos. Vos cuando estás a bordo no podés pegar el portazo y mandarte a mudar. Tenés que llegar al puerto, desembarcar, ver quién es el nuevo Capitán. Todo tiene su orden. Y no podría haber un desorden porque se pone en riesgo lo que se llama la aventura marítima. Parece un término romántico pero es una categoría del código de comercio. Cuando el barco zarpa a determinado destino, vos no podés bajarte en el medio del océano, en el medio del canal de navegación, no podés reaccionar poniendo en riesgo la aventura marítima”.

Schmid es un curtido en el diálogo y la confrontación política para tiempos como estos. ¿Por qué? Porque los estatales o gremios directamente afectados a actividades como la del puerto conocen de cerca o por dentro los intentos de “racionalización” estatal. Recordemos la emergencia de figuras como Germán Abdala y Víctor De Genaro, dos baluartes de ATE y fundadores de la combativa CTA, en los primeros años 90. Perderlo sería una desgracia en un país que no produce cuadros así todos los días. Se vienen tiempos duros, se necesita inteligencia y precisión para el análisis, y legitimidad para la acción. Como en Brasil, donde muchos vieron venir un 17 de octubre que liberaría a Lula y no vieron esta tormenta del desierto llamada Bolsonaro.