El plenario de Ensenada tuvo una importancia enorme. Por la indolencia del periodismo se habla poco de él. Concurrieron 25 mil militantes a una ciudad que queda a una hora de distancia de la capital, para participar actividad de debate de seis horas de duración, que contó con la presencia de todas las agrupaciones kirchneristas, los gremios, los intendentes y que tuvo como orador de cierre a Máximo Kirchner. La información contenida en la frase antecedente ya permite varias conclusiones. Lo básico: la militancia kirchnerista toma la delantera en la iniciativa política. Las fotos entre dirigentes han perdido relieve. Buena parte de la política del peronismo ha consistido en gestos, fotos, señales. Esos instrumentos responden a una táctica: el acuerdo. La noticia, por así decir, es que Fulano se juntó con Mengano. El plenario de Ensenada es irreductible a ese formato. Es otro hecho con otra fisonomía: miles de militantes de todas las ramas imaginables (política, social, sindical, estudiantil, feminista, jubilados, educación, intelectuales, salud, empoderados, la lista sigue) se sacaron varias fotos colectivas. Una más impresionante que la otra. El instrumento llamado “plenario” no busca el acuerdo, sino que fortalece otra táctica, que por su alcance debe ser llamada mejor “estrategia”: la organización.

La costumbre periodística de ver fotos de dirigentes tomando café se vio sacudida, el sábado, por la refrescante noticia de ver militantes de todo el país debatiendo en 14 comisiones. Suele hablarse, casi siempre abstractamente, de que hay que buscar “otra forma de hacer política”. Tal vez se la pueda encontrar en este tipo de acciones.

Segunda conclusión: en la medida que la militancia toma la posta, el debate político se profundiza; se vuelve más agudo y punzante. Los discursos de las comisiones, tanto de los panelistas como de las personas que pidieron la palabra, eran vigorosos y con sus diferencias coincidían en una cosa: la necesidad no sólo de oponerse frontalmente a Macri (una obviedad en la que ya no es preciso insistir), sino de diseñar un instrumento político que esté en condiciones de realizar transformaciones sin negociar. La tibieza no existió. Y no se trataba de declamaciones nacional-populares de ocasión. Todo el mundo estaba muy contento de estar ahí. Cada orador incentivaba al siguiente. Hay que estimar que hubo catorce comisiones con un promedio de diez panelistas cada una, lo que da un número de 140 compañeres en situación de hablarle a un auditorio rebalsado. Es decir: la militancia tiene cuadros.

El uso del lenguaje inclusivo de la frase anterior no es accidental, ni una decisión personal de escritura: es otra consecuencia orgánica del plenario. Al filo del cierre, 14 relatores (uno por cada comisión) subieron al escenario para leer las conclusiones. Sin excepción, iniciaron su lectura con la fórmula: “compañeras, compañeros, compañeres”. Una actualización doctrinaria espontánea del “todos y todas” que Cristina –pionera en todo y también en la politización del lenguaje– había instituido en sus inolvidables cadenas nacionales. (Otro precedente: la autodenominación, tan resistida incluso por actuales deconstruidos, del título de “la presidenta” con “a”, y no “la presidente”, más formal y menos interesante).

Derivado del uso del lenguaje inclusivo, o probablemente como su causa, queda el hecho también demoledor de que la militancia metabolizó absolutamente en 48 horas la nueva denominación del movimiento: nacional, popular, democrático y feminista. Casi todos los discursos resaltaron el feminismo como una bandera poderosa. A nadie le costó hacerlo. Es un nuevo sentido común militante.

Arriba del escenario, en el puño de Máximo y también en los cuellos de les compañeres, se vieron infinidad de pañuelos verdes. (También algún pañuelo celeste en alguna comisión: lo que en última instancia prueba que el aborto no divide al campo popular, como se llegó a pensar.)

Otra conclusión: un plenario así establece condiciones para adelante. La noción de “unidad del peronismo” fue sobrepasada con creces. Ya no representa un problema ni un tópico que tenga sentido agitar: al plenario fue todo el mundo (incluso los que no querían; hay quien dijo ver a Alberto Samid por las calles de Ensenada). En las horas previas, “no se podía no ir”. Queda desmentida así lo que llamaremos “la lógica de los asados”: la idea de que la unidad se logra mediante encuentros entre dirigentes (con el aditamento de compartir el menú con más “consenso” del país). En este caso no hubo asados. Hubo fuerza política. Suele decirse que la unión hace la fuerza, así que digamos lo contrario: la fuerza “hace” la unidad.

Otro dato objetivo: la mística kirchnerista está en alza. Como en las mejores épocas. Las catorce comisiones se montaron en distintos clubes y sociedades de fomento de Ensenada, con lo que la militancia literalmente copó la ciudad. Como en los recitales de Solari, deambular por la ciudad era cruzarse con grandes cantidades de gente afín. La población ensenadense, según el último censo seguramente desactualizado, orilla las 57 mil personas. En la tarde del sábado, el kirchnerismo le agregó 25 mil más. Debió ser una grata convulsión. Mario Secco puso su distrito a disposición del kirchnerismo (será imposible olvidar la valerosidad de su gesto) y dio una calurosa bienvenida, y Máximo cerró dirigiéndose a la militancia, pero también a la gente que lo seguía por televisión o por redes. Llevó el saludo de Cristina y, entre todas las cosas que dijo, un dato llamativo: Argentina no es un país cuyo PBI dependa tan sustantivamente de “la riqueza del campo”. Es superado por casi todos los países de la región. O sea: la idea de las riquezas naturales argentinas, que teóricamente nos salvarían si supiésemos aprovechar, es otro mito liberal más. Será siempre meritorio que los oradores se esfuercen por llevar conocimientos a la militancia. El cierre de Máximo como único orador (porque lo de Secco fue una bienvenida) evidenció también otra cosa: su figura genera cada vez más consenso. Por ejemplo, fue la primera vez que todos los intendentes fueron a escucharlo hablar. 

Ensenada fue pródiga en novedades. Cuando el plenario terminó, ya era de noche. La convicción generalizada era que todo había salido muy bien. Quizá mejor de lo esperado. En el primer tramo de la autopista La Plata, como si siguieran debatiendo, los micros provocaron una lenta y disciplinada congestión final.