Ambas familias compartieron las historias de su camino con PERFIL, y una de ellas habla por primera vez: “Mi hijo tiene neurofibromatosis y sufría convulsiones, recibía grandes cantidades de morfina y vivía en un tormento continuo de dolor”, cuenta B, que pidió reservar su identidad. Como en Salta, donde viven, el acceso al aceite Charlotte’s Web (que importa el Estado y cuesta más de US$ 300) es “muy dificil de conseguir”, empezaron con el autocultivo “y a los 40 días de tratamiento, el dolor había desaparecido”. Entonces, presentaron un amparo para que les permitieran hacerlo en forma legal: “Estábamos seguros de que el sistema no iba a abandonar a un niño sufriente”, agrega B. En marzo, el juez federal Julio Bavio falló a favor y sentó precedentes: la familia, que ahora puede cultivar hasta 12 plantas adultas, cree que su caso “dio esperanza a muchos otros”. 

Y parece no haberse equivocado: “Cuando, a los 5 años, diagnosticaron a Joaquín con síndrome de Tourette, los médicos le recetaron risperidona, pero aumentó diez kilos en dos meses, se aisló y se le entumecían las piernas”, recuerda María Eugenia Sar. Investigó el tema con estudios científicos, consiguieron un frasco de aceite de cannabis, en Viedma, y se animaron a un nuevo tratamiento. Para comprobar que no tuviera efectos adversos, primero lo probó Gabriel Navarro, el abuelo de Joaquín que es médico. “A las 24 horas que tomara las primeras gotas, Joaquín recuperó su estado normal y no tenía ningún tic”, dice Navarro. “Fue un momento de muchísima alegría, pero también comenzó la clandestinidad”, explica. Además, no podían acceder al aceite de cannabis regulado por la ley nacional, porque solo avala el uso para la epilepsia. 

Fuente: Perfil