100 años atrás, Rosa Luxembugo pregonaba desde Alemania: “Quien es feminista y no es de izquierda carece de estrategia. Quien es de izquierda y no es feminista carece de profundidad”. Y la frase funciona como una brújula en tiempos donde muchos intentan divorciar al feminismo de la lucha política. 100 años después, y de este lado del mundo, las izquierdas trotskistas, internacionalistas, nacionales y populares, se intersectan de diversos modos con el feminismo también heterogéneo por estas latitudes.
Pero claro está que esa heterogeneidad tiene los límites de aquellos proyectos políticos cuyo objetivo es la conservación del sistema tal y como está. Porque si hay algo que representa el feminismo es una crítica. Una crítica a las relaciones de poder que estructuran la sociedad sobre la que se montan los intereses de pocos beneficiados. El feminismo pone luz sobre la desigualdad de posiciones y en eso desvela su lucha; se trata de que los empleos que ocupan varones y mujeres sean tan iguales como se pueda, no de permitir a las mujeres ocupar los lugares que solo ocupan ellos. La derecha pregona por la igualdad de oportunidades. Su proyecto de justicia social está basado en la capacidad de pisotear cabezas en el camino de la meritocracia. No es tan importante cuál es nuestro punto de largada, sino a dónde llegamos. En el camino irán quedando los perdedores que en general, claro, son perdedoras. El modelo de las oportunidades implica que las mujeres tengan igual presencia en todos los escalones de la sociedad sin que se transforme la jerarquía sobre la cual la sociedad se estructura.
Entonces asistimos a un problema que puede ser también una posibilidad. Somos protagonistas del momento histórico en el que el feminismo irrumpe en el debate público, llena plazas y calles, se masifica. Ese momento histórico convive con un retroceso político en el que se impone un discurso y una política que revitaliza la subjetividad neoliberal sedimentada en nuestra sociedad. Gobierna en nuestro país un proyecto político que apuesta a la fragmentación social, que pondera el individualismo y el “sálvese quien pueda”. En un contexto así, el neoliberalismo tiene muchas chances de colarse en el movimiento feminista. La fuerza de la doctrina meritocracia permea cada lugarcito de nuestro andar. Y por supuesto hay quienes entienden, como entendieron desde la creación de Cambiemos, que necesitan aggiornar sus discursos a los de esta nueva etapa.
Visto así, está al acecho la amenaza de que el movimiento feminista sea entendido desde una perspectiva liberal, limitándolo a los derechos individuales. Siempre hay y habrá ONGs y organismos internacionales a la orden del día. Nancy Fraser ya analizó el vínculo entre el neoliberal Partido Demócrata en Estados Unidos y la agenda centrada en la diversidad, el empoderamiento de las mujeres y los derechos LGBTQ.
Pero resulta interesante pensar el camino inverso. Pensar que el feminismo en las calles, en los televisores, en las casas, pueda colaborar en impregnar el sentido de lo comunitario, de la participación, de la organización, de la solidaridad. Imaginar la posibilidad de que miles de mujeres encuentren en el feminismo la puerta de entrada para replantearse su mirada respecto a las desigualdades con las que convivimos. Que sean muchas las que comprendan mediante los anteojos violetas que la distribución de la riqueza es la política necesaria para ser más libres. Que sea el movimiento feminista quien les/nos permita a muchas entender la necesidad de organizarnos. Y quienes militamos tenemos ante esto una responsabilidad.  Reconocer la necesidad de repensar nuestras estructuras ante esta oleada que protagonizamos. Profundizar la necesidad de interpretar este movimiento heterogéneo y transformador. Escuchar/nos, preguntar/nos, cuestionar/nos respecto a las múltiples formas de participación que la etapa requiere.
Las organizaciones sociales, políticas y sindicales necesitan dejarse permear profundamente por el movimiento feminista y esto implica mucho más que contar con espacios de género, o pensar los cupos en sus mesas de decisión, aunque es importante empezar por algún lado. Permitirnos pensar nuevas formas de lo político, nuevas articulaciones, nuevas alianzas, que nos permitan ser puente de nuevas participaciones y no actuar como murallas que impidan la organización política de miles de mujeres que están en las calles. 

* Dirigente de la organización social y política El Hormiguero.