Duran Barba definió que no se hable de “crisis”. Fueron tan sólo “turbulencias” y ese es el nombre que tuvo desde entonces lo ocurrido, aunque el mismo diga poco “de la cosa”.

A partir de ahora, otros nombres ocuparán la escena. Y la disputa de sentido que viene dándose desde hace años tendrá su momento crucial. El “gradualismo” va a ceder paso a la “responsabilidad” y seguramente “hacer lo que hay que hacer” va a ser eje del relato oficialista.

Un nuevo Macri dijo de forma contundente que “el mundo decidió que la velocidad con la que nos comprometimos a reducir el déficit fiscal no alcanza por lo que tenemos que acelerar” y allá atrás quedaron los días del “gradualismo” (aún sostenido discursivamente por Marcos Peña) para que el Presidente se muestre dispuesto a “hacer lo que hay que hacer”.

En la referencia del Presidente y en el relato oficialista aparece “el mundo” como un concepto formulado de modo difuso y velado para gran parte de la ciudadanía… ¿Quién es ese “mundo” que nos dice que tenemos que acelerar la reducción del déficit fiscal? La respuesta es simple: se refieren con esa abstracción, a los grandes centros políticos, financieros, económicos y culturales del capitalismo más crudo y concentrado. Esa verdad no puede ser explicitada porque significa dejar en evidencia que ese proyecto deja afuera a la mayoría de la humanidad, así como la amenaza que se cierne sobre miles de argentinos (por ejemplo, los jubilados y pensionados).

En este marco, el Gran Acuerdo Nacional (el nuevo GAN) –casual e inexplicablemente denominado con palabras que no son nuevas– no es más que la intención del Ejecutivo de compartir esta responsabilidad con la oposición: sustancialmente la decisión acerca del recorte de los gastos en el presupuesto 2019, para poder así cumplir con el artículo cuarto del Convenio Constitutivo del FMI. El Gobierno pretende instalar que el problema es el “déficit fiscal”, más precisamente el gasto público en pesos, soslayando el déficit externo que pone en jaque a la economía.

Durante dos años y medio el Gobierno endeudó al País, supuestamente, para financiar el gradualismo. Sin embargo, el financiamiento, lejos de apalancar el desarrollo que permitiría, entre otras cosas, salir del endeudamiento, fue dilapidado por políticas incoherentes y desarticuladas. Mientras el Banco Central sostenía altas tasas de referencia el Ejecutivo promovía medidas expansivas espasmódicas e incoherentes, dilapidando muchas veces gasto público en medidas meramente electorales que ningún efecto tenían para el desarrollo del país y que tampoco le mejoraban la vida a los argentinos y argentinas. Por otra parte, el alza sostenida de las tarifas destruyó cientos de pymes y el consumo de los sectores medios; mientras lo que se ahorraba de subsidios, se pagaba en servicios de deuda.

Actualmente tenemos un enorme déficit de la balanza de pagos y ese es un problema insalvable con las políticas del actual Gobierno. La devaluación pone un freno a las importaciones y ofrece un poco de aire sobre las cuentas externas.

Sin embargo, tampoco será suficiente para generar las divisas que nuestro País necesita para asumir los pagos de la deuda y sus intereses.

Un dato adicional es que el Presidente ha definido “delegar la responsabilidad de la inflación en el Banco Central”. Está claro que ello implica sostener con firmeza altas tasas de interés que dificultan el crecimiento de la economía. Y sin crecimiento no hay posibilidades de generar empleo, de promover la inclusión social y ni siquiera de equilibrar las cuentas.

Es así como llegamos a esta crisis (“turbulencia”) y se recurre a un organismo de último recurso: el Fondo Monetario Internacional. El dato simbólico de volver a caer en este organismo no debe opacar el dato político realmente relevante: un stand by del FMI es mucho más que un préstamo, es un rumbo económico que no tiene retorno. Es volver a vivir con tu marido violento porque no tenés otro lugar a donde ir: es la vida que te espera de ahora en más.

En este marco, la primer actitud como oposición debe ser la claridad. En los 90 hubo una fenomenal disputa del sentido común donde era casi imposible sostener algunas ideas que se apartaran de los consensos “modernizadores” instaurados por el neoliberalismo y su estructura comunicacional. Las palabras abandonaron a los conceptos, ya “no hacían a la cosa”, sino al sentido que se pretendía crear a partir de las mismas. Privatización era igual a modernidad. Sostener una posición en contra del proceso privatizador era viejo y pasado de moda.

No podemos volver a perder esa disputa. La vez pasada terminó muy mal.

Para ello, es preciso sostener algunas ideas y dar el debate. Esta vez, con algunas ventajas. Hoy nadie puede pensar en el FMI sin una remisión al pasado. Más allá de que se pretenda hablar de un FMI diferente y Christine Lagarde resulte más amigable, “aunque se vista de seda”… el artículo cuarto del convenio del FMI está ahí para recordarnos sus similitudes.

Es preciso explicar lo que está pasando sin eslóganes, ni actitudes intransigentes. Con diálogo pero debatiendo con mucha firmeza. Porque no podemos ser arrastrados a una mesa donde lo único que haya sea una tijera para recortar gastos. La discusión debe ser más amplia y hay que darla a fondo en todos los ámbitos.

“Hacer lo que hay que hacer” será la frase que más escuchemos el tiempo que viene. Los gobernantes serán responsables si “van a fondo” en el recorte del gasto público y la oposición será “responsable” si acompaña y comparte el peso de la tijera. Frente a ello, habrá que incluir en el debate otras palabras. Tenemos que hablar de estructura económica, de consumo e inversión, de crecimiento y de trabajo. En definitiva, tenemos que hablar de los seres humanos de carne y hueso, que están detrás de cada número, de los argentinos y las argentinas que son los que sufren estas políticas económicas. Porque la política deja de tener sentido si se olvida de las personas.

* Dirigente Peronista, Directora del Banco Ciudad por la oposición.