Veinte años atrás, los cuarteles de bomberos de toda Francia vivían una fiesta sin freno. Era el 14 de julio de 1998, la selección había ganado dos días antes su primer Mundial y el país se encaminaba a un futuro venturoso. Sonaba Patrick Hernandez con "Born to be alive" y todo encajaba: se destacaba en los medios locales e internacionales que el equipo vencedor de Brasil en la final era un reflejo de la Francia multirracial y galvanizada, de un país que por fin se había quitado de encima ese difuso malestar conocido como "malaise francais". Siempre había alguna razón para estar molesto, para torcer el gesto. No en esa noche sin fin en los cuarteles de bomberos. ¿Por qué ahí? Porque dentro de su escala de respeto, los bomberos están bien arriba para los franceses. Cuando hay algo que celebrar, y el aniversario de la toma de la Bastilla siempre lo es, los hombres que combaten el fuego abren las puertas de sus cuarteles. Aquella Francia funcionaba, se decía. Y tan amplio y tolerante era todo, que el país era gobernado por un presidente conservador, Jacques Chirac, y un primer ministro socialista, Lionel Jospin. La famosa "cohabitación".

Veinte años después, los bomberos siguen siendo héroes para los franceses, pero aquel espíritu optimista quedó duramente abollado. El país tuvo vaivenes políticos de todos tipo y, sobre todo, se convirtió en uno de los más golpeados por el terrorismo internacional. Las fiestas en los cuarteles son menos despreocupados que en julio de 1998. Su selección de fútbol también, porque la siempre atractiva primera vez quedó atrás. Francia ya sabe lo que es ser campeona mundial, y hace ya 16 años que se le pide que repita. Ya se los dijo Emmanuel Macron , el actual presidente, al pasar a saludarlos por Clairefontaine, el Ezeiza de los franceses, antes de viajar a Rusia: "En este Mundial, un triunfo es el título". O sea: por debajo del título, fracaso.

Fuente: La Nación