Atahualpa Yupanqui fue, para muchos, el más grande creador popular de la Argentina. Sin embargo, sólo sus más cercanos seguidores saben aspectos de su vida que la hacen realmente interesante.
Comenzando por su verdadero nombre, que no era Atahualpa sino Héctor Roberto Chavero. 
Muchos piensan que Yupanqui nació en el norte del país. 
Sin embargo su nacimiento se produjo en el Campo de la Cruz, en José de la Peña, Partido de Pergamino en el norte de la provincia de Buenos Aires, el 31 de enero de 1908. Y falleció en Nimes, Francia, el 23 de mayo de 1992.
Cuenta en su página oficial de Internet que era hijo de padres criollos y a los seis años empezó a estudiar violín e inmediatamente guitarra con el profesor Bautista Almirón. Sin embargo, no fueron los estudios musicales que realizó los que le permitieron descubrir los sonidos que le dieron fama mundial, sino el paisaje, la tierra misma, el cielo y los hombres de su patria. 
Decía Yupanqui: “Los días de mi infancia transcurrieron de asombro en asombro, de revelación en revelación. Nací en un medio rural y crecí frente a un horizonte de balidos y relinchos. Era un mundo de sonidos dulces y bárbaros a la vez. Pialadas, vuelcos, potros chúcaros, yerras, ijares sangrantes, espuelas crueles, risas abiertas, comentarios de duelos, carreras, domas, supersticiones”. 
Un mundo de misterios - los misterios de la tierra - que señalarían desde su infancia el mensaje que habría de proyectar al mundo entero durante toda su vida.

A 110 años del nacimiento de Yupanqui: La increíble historia de Atahualpa y Pablo Del Cerro, su socia autoral y esposa

En 1917 su familia se traslada a Tucumán y el pequeño encuentra otro paisaje, otros hombres, otras melodías, otros misterios.
Cuando tenía apenas 13 años y para firmar algunas incipientes colaboraciones literarias en el periódico escolar, Roberto comenzó a utilizar el nombre Atahualpa en homenaje al último soberano inca. Algunos años después le agregó el Yupanqui que llevaría toda su vida. La traducción de estos nombres, unidos, serviría luego para significar de manera inmejorable el destino de aquel niño: Ata significa venir; Hu, de lejos; Allpa, tierra; Yupanqui, decir, contar; de donde bien podemos deducir que con ellos se expresa: “El que vino de lejanas tierras a decir... a contar”.
Sus biógrafos dicen que la temprana muerte de su padre lo hizo prematuramente jefe de familia. Juega tenis, boxea, se hace periodismo y comienza entonces a responder a un llamado que signará su destino... el del camino. Será improvisado maestro de escuela, luego tipógrafo, cronista, músico y fundamentalmente, agudo observador del paisaje y del ser humano. Los mil oficios lo reclaman y él responde a todos porque es la manera que tiene de conocer al hombre de su tierra con sus angustias y sus esperanzas; con sus realidades y sus sueños; con todo lo que luego habría de nombrar y cantar incomparablemente.

La vida de Yupanqui es mucho más conocida que la de Chavero

La década del 40 le significa actuaciones en distintos puntos del país, presentación de libros y hasta su afiliación al Partido Comunista en un acto público realizado en el Luna Park de Buenos Aires, asumiendo, sin disimulo, un compromiso político que habría de durar siete años.
Yupanqui, definitivamente antifascista, cree encontrar en esta agrupación política, la alternativa “democrática” que le permitiría luchar contra el régimen que gobernaba el país. Esta actitud le significará importantes consecuencias personales y artísticas. Se prohibió su actuación en teatros, radios, bibliotecas, escuelas, etc. Sus obras tampoco podían ser ejecutadas y a él no se lo podía nombrar. Era el silencio. Sin embargo, nada ni nadie podrían alterar su rumbo. Fue detenido muchas veces y estas circunstancias sólo lograron inspirar la obra de mayor envergadura creada por Yupanqui... “El payador perseguido”.
En 1952 se apartaría definitivamente de la política partidista. Nunca de su compromiso con la gente. Es entonces cuando comienza a escribir las mejores canciones de lo que hoy se llama “protesta” y que no era sino el compromiso de un hombre sensible a los padecimientos de otros hombres y que tenía la suficiente valentía para cantarlos.
En 1947 da a luz su novela “Cerro Bayo” que años después se tomaría como guión para la película “Horizontes de Piedra”, con música y papel protagónico del propio Yupanqui. Este film obtuvo el Primer Premio en el Festival de Cine Karlovy Vary de Checoslovaquia en 1956 a la mejor película y a la mejor música. Dirigida por Román Viñoly Barreto, fue filmada en Tilcara y participaron de ella Mario Lozano, Julia Sandoval, Enrique Fava y Milagros de la Vega. El texto que le dio origen fue traducido al francés, al holandés y al japonés.

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En 1949, Yupanqui viaja para presentarse en Hungría, Checoslovaquia, Rumania y Bulgaria, países por entonces bajo la órbita soviética, regresando por Francia en cuya capital, París, conoce a Paul Eluard. 
Fue Eluard quien le presenta a Edith Piaf, “el gorrión de París”, que por entonces actuaba en el Teatro Athenée. En carta a su esposa, Nenette, Yupanqui pormenoriza los antecedentes de aquel encuentro que se realizó el 6 de junio de 1950, escribiendo: ...”Bueno, pasado mañana tengo mi concierto en el Teatro Ateneo. Esta contratada Edith Piaf, que es la sensación de París este año. Parece que ha hecho una carrera meteórica. Cantaba canciones francesas sin pena ni gloria, hasta que la descubrió un empresario inglés y le hizo una gran publicidad. Ahora se ha casado con un millonario y noble francés, tiene palacio y yatch, petit hotel en la Riviere, y es la artista más cara de Francia. Es democrática y tiene 42 años. Yo todavía no la conozco. Los amigos le pidieron que fuera a cantar al Ateneo y aceptó de buen grado. Parece que me oyó una noche en Salle Pleyel porque le dijo a Aragón: Yo sé que cantaré para un artista de verdad”. Dos días después de aquella actuación volvería a escribir: 
“Anteanoche fue mi concierto en el Ateneo. Estuvo muy bueno, y resultó un gran éxito desde todo punto de vista. Yo toqué como pocas veces había tocado. Estaba bien preparado, seguro de mi técnica, exacto, claro. Estaba el París elegante, el París burgués, y los melómanos clásicos. No había proletariado. Fue un concierto “pour la elite”. Fue una revelación, mi concierto, para muchos. Un músico parisino me dijo: 
-Ud. puede tocar como Segovia, pero Segovia no podría nunca tocar como Ud.
Fue este uno de los momentos que Yupanqui guardó con mayor emoción en su memoria. Inmediatamente firmó contrato con “Chant du Monde”, la compañía grabadora que editó su primer larga duración en Europa, “Minero soy”, que obtuvo el primer premio al mejor disco extranjero de la Academia Charles Gross, entre trescientos cincuenta participantes de todos los continentes en el Concurso Internacional de Folklore.
Ese año resulta sumamente fecundo, desde su actuación con Edith Piaf. Su lanzamiento al mundo europeo es definitivo. Sesenta recitales en el viejo continente le permiten ocupar un destacado espacio en el ambiente musical de Europa. Años más tarde, en la década del sesenta, ocurrirá algo similar con el público de Japón después de más de cincuenta recitales ofrecidos en todo el territorio de ese país.

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Pero esta es una parte de la historia que queremos contar. Porque mientras eso ocurría en la Argentina, en algún lugar de Francia se desarrollaba otra historia. Porque hemos nombrado a Nenette, la esposa de Atahualpa.
Pero… ¿quién era Nenette?
Digamos que su verdadero nombre era Antonieta Paula Pepin Fitzpatrick y nació en la Isla de Saint Pierre et Miquelon (San Pedro y Miguelo) en la costa atlántica del Canadá. Por ser una colonia de Francia, Antonieta nació francesa. 
Su padre Emmanuel Victor Pepin era francés y su madre Henriette Fitzpatrick, canadiense de origen irlandés. 
Durante la primera guerra la familia se traslada a Francia. 
Al poco tiempo muere la madre y la niña es enviada pupila a un colegio de la ciudad de Caen junto a su hermana mayor Jeanne Henriette (Juana Enriqueta). 
Ambas hermanas se destacan en algunas artes durante el pupilato: Juana en dibujo y pintura. Antonieta en música y en particular el piano, instrumento por el cual sentiría una pasión que jamás la abandonaría.
Habiendo terminado sus estudios secundarios con las notas más brillantes, Juana se embarca, tiempo después, junto a una compañía de danza rumbo a una gira en el año 1926, que la llevaría al llegar a Buenos Aires a conocer el que sería su primer marido y afincarse en nuestro país. 
Al terminar Antonieta sus estudios recibe junto a su padre la invitación de viajar a Argentina para instalarse también. 
Lo hacen en 1928 y a partir de allí Antonieta se instala en Villa Ballester con su padre. Prosigue sus estudios de piano, ya avanzados, en el Conservatorio Nacional de Música recibiendo la formación musical de importante profesores de entonces, Pascual de Rogatis, Juan José Castro figuran entre aquellos maestros en composición y armonía. 
También comparte estudios con una mujer que luego sería conocida mundialmente por sus investigaciones en materia de folklore: Isabel Aretz. 
Antonieta inicia una serie de presentaciones como concertista de piano por el país y, en una de ellas, en 1942 llega a Tucumán, donde después de un concierto solicita a los organizadores escuchar música folklórica de nuestro país. 
Allí es dónde se conocen con Atahualpa Yupanqui. Mantienen un vínculo amistoso y años después (1946) empiezan a convivir. 
Deja Antonieta su carrera de pianista y se pone al servicio de la obra y el talento de su marido. En tiempo de las persecuciones a las que fue sometido Yupanqui, Nenette (así la llamaba la familia cariñosamente desde pequeña), se dedicó a su hijo Roberto, nacido en 1948, y a componer junto a Yupanqui. 
Y esta es la parte más sabrosa de la historia. Porque Antonieta eligió como seudónimo Pablo Del Cerro, por Pauline y por su lugar amado, Cerro Colorado
Nacen así las melodías de Luna Tucumana, el Alazán, Indiecito dormido, Chacarera de las piedras, Agua Escondida, La del Campo y tantas otras que hoy son famosas en el mundo.
En 1961 regresó a su país durante unas vacaciones con su hijo Roberto. Luego, cuando Yupanqui empezó a viajar con frecuencia al exterior, lo acompañaba hasta Paris y allí lo aguardaba en un departamento pequeño que habían alquilado. Tuvo solo un hijo y tres nietos, Paula, Muriel y Emiliano.
Antonieta –Pablo del Cerro- , falleció en el año 1990 de un paro cardíaco en Buenos Aires y solicitó que sus cenizas, de ser posible, fueran echadas al mar, en el Atlántico Norte. 
Hoy su obra se considera como una de las obras del canto y de la música popular más importantes de la Argentina. 
Un detalle: a pesar de ser una de las compositoras más importante de nuestro país, jamás renunció a su nacionalidad francesa.