¿Polarización o Neo bipartidismo?

Los datos de las recientes encuestas confirman, mas allá de la divergencia en guarismos, que el escenario electoral de cara a las PASO se presenta profundamente polarizado. Este escenario, que en nuestra consultora nos animamos a visualizar incluso por arriba del 80%, instala en el discurso público de analistas, periodistas y en los propios políticos un relato que se recuesta sobre el lado matemático del asunto o, a lo sumo, en el discurso de permanencia de la grieta.

Sin embargo, una mirada menos urgente y con apoyatura en la historia política argentina en tiempos democráticos, permite afirmar que lo que estamos presenciando es una suerte de regreso al bipartidismo que reguló la segunda parte del Siglo XX y cuya estructuración estalló con la crisis del 2001 principalmente por la deflagración del radicalismo como partido nacional.

En los primeros años de la etapa kichnerista, el propio Néstor Kirchner -tan recuperado ahora por Alberto Fernández a la hora de presentar credenciales- gustaba de explicar el escenario político a sus interlocutores como una reconfiguración de un frente de centro izquierda dónde ubicaba su liderazgo y un espacio de centro derecha dónde ya en ese tiempo prefiguraba la referencia alrededor de Mauricio Macri. El peronismo en aquel entonces todavía navegaba entre las referencias partidarias aún vinculadas a Eduardo Duhalde y la cercanía con la experiencia menemista, razón por la cual Kirchner era renuente a utilizar al PJ como expresión política y encontró en el “Frente para la Victoria” (del cual Alberto Fernandez era su armador principal) un vehículo ideal para formular ese armado de centro izquierda cuya amplitud supo, en su momento germinal,  incluir un amplio abanico de figuras que iban desde Graciela Ocaña a Hugo Moyano. Por su parte, en los primeros años de este siglo el espacio de centro derecha fue buscando liderazgos que amojonaron la construcción de CAMBIEMOS, la primera figura de este trayecto fue Ricardo Lopez Murphy que incluso fue el primer socio político de Macri en su recorrido político y también tallaron en este espacio actores con algún momento fulgurante como fue Francisco de Narvaéz.  Entre ambos vectores fueron modulándose opciones que intentaron ser “la tercera vía”, como la que expresó Lavagna en el 2007 y Sergio Massa en el 2013 y, sobre todo, en 2015. A la luz del trayecto de ambos, se vuelve aún mas fácil insistir con la tesis de un bipartidismo, sobre todo, si a la división política le agregamos las agendas propuesta las cuales, aún bajo una campaña que se tiñe de la confrontación propuesta por Duran Barba (nuevo/viejo, pasado/futuro, real/relato), las vemos expresadas alternativamente en uno u otro de los espacios mayores no encontrando ninguna novedad respecto de las mismas en aquellos que intentan diferenciarse.

Excede el espíritu de estas líneas, pero a modo de rápido resúmen observamos las diferencias medulares entre ambos espacios en temas tan sensibles como lo es el rol del estado frente a la necesidad de desarrollo económico, cómo encarar el tema de la pobreza y la seguridad y cuál es el modelo de integración al mundo que se propone. Estos y otros temas se encierran en la necesidad de darle respuesta a que tipo de proyecto económico y social encara la Argentina de los próximos años, planteo que implica una serie de decesiones de alto impacto sobre la vida cotidiana de cada argentino y sobre el cual uno puede bucear en la historia vernácula líneas troncales que nos remontan incluso mas allá de 1810. Va de suyo que es hora de alcanzar definiciones sustentables al respecto.

Volviendo al campo de batalla de los datos, debe estarse a que los mismos van consolidando una tendencia cuyo primer intríngulis es si el próximo presidente se elige en octubre o en el ballotage en noviembre. Las estrategias desplegadas por ambos aspirantes con chances vislumbran un final en octubre, aunque igualmente debe decirse que hasta hace muy poco una parte importante de la opinión pública se expresaba incómodo de tener que elegir uno u otro. En agosto se sabrá definitivamente si esa porción de la sociedad ya aceptó lo limitado de las ofertas, y si en agosto la polarización supera el umbral del 83% , es casi imposible pensar que la elección no se defina en octubre.

Mas allá de todo, aunque la elección del 2019 se resuelva entre agosto y octubre, los que ganen y los que pierdan deberán asumir el desafío de construir un sistema político estable que le permita al país volverse, por lo menos en ese aspecto, menos errático e imprevisible.