¿El evangelismo es sólo brasileño?

América Latina es el continente más católico del mundo: 420 millones de personas creen en Dios bajo mandato apostólico y romano. Representa al 40% de todos los católicos del mundo. En simultáneo, y en crecimiento, el 19% de los latinoamericanos es protestante (12% en Argentina). Y de ese 12%, en Argentina más de la mayoría son pentecostales. 
Desde 2017 un pastor evangélico ocupa una banca por primera vez. Es el diputado nacional David Pablo Schlereth, un contador neuquino de 47 años, que ingresó a la política en 2013, cuando era presidente de la Asociación Mutualista Evangélica Neuquina (Amen). Horacio “Pechi” Quiroga, intendente de la capital provincial, lo convocó para encabezar la lista de Nuevo Compromiso Neuquino (NCN) en el Concejo Deliberante. Pero Schlereth creció incluso más de lo que “Pechi” hubiera querido: triunfó como cabeza de la lista de Cambiemos frente al histórico MPN en 2017. Pero es el único político hasta ahora que hizo ese camino: de la Iglesia a la política.

Esta columna trata sobre un “riesgo”: la estigmatización sobre el movimiento evangélico. Creer que “son todos fachos”, en base al voto de Bolsonaro en Brasil y sus resistencias a la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo en Argentina; o creer que “son todos chantas”, considerados por buena parte de la crónica periodística como una religión con sistemas oscuros de recaudación que les saca la plata en nombre de la fe a los que menos tienen. Recordemos la fama del Pastor Giménez, un emblema hacia fines de los años 80 y primeros 90. Pues bien, entraron en el radar de todo el mundo. Y si bien la realidad del movimiento evangélico argentino dista de ser comparable con la brasileña, se trata de algo que toca las puertas de la ciudad y la enfrenta a un mundo popular no populista, lejos del imaginario social del kirchnerismo y los usos por izquierda de la palabra Pueblo.

Me atrevo sobre las lecturas y sobre algunas experiencias arrojar algunas impresiones. Dicho mal y pronto, el retroceso territorial de la Iglesia y el peronismo en los años 90 dio lugar al crecimiento de este movimiento que, sin entrar en grandes disquisiciones teológicas, tiene también un empuje en un hecho de base: una casa, un galpón o un garaje de un barrio humilde se pueden transformar en un templo. Los pastores son de esos barrios, no “llegan” a los barrios, como lo hace un cura católico. Y su acción es múltiple: solucionan problemas concretos como adicciones, crisis de pareja, colectas de solidaridad, el alimento de los comedores; y a la vez se realizan ejercicios de sanación (la palabra maldita: “milagro”). Para satisfacción del viejo Weber, creen más en la redención personal que en la transformación social, diríamos también que hacen sistema con el ya gastado discurso oficial del “emprendedorismo”. No tienen una Doctrina Social, más bien actúan en la defensa de valores como “las dos vidas”. Otro riesgo en esta mirada de discriminación es creer que son “todos lo mismo”. Es decir, confundir evangelistas con Testigos de Jehová o creer que son religiones chantas. De hecho, este movimiento de Iglesias no tiene mucho que ver con la famosa Iglesia Universal de Dios, que ocupa las trasnoches televisivas y regó con templos faraónicos muchos barrios de las ciudades argentinas. Hay Iglesias enormes y ricas como esta Iglesia Universal de Dios, pero también hay miles de pequeños templos de iglesias diseminadas, muchas de las cuales centralizan su organización en A.C.I.R.A., una alianza de iglesias libremente asociadas. 

Durante la ola anti política de los años 2000 crecían por izquierda expresiones del descontento de capas bajas y medias (movimientos de desocupados, asambleas, sindicatos, organizaciones sociales) y también estaba la presencia de estas iglesias, incluso convocadas a la Mesa de Diálogo Argentino en 2002. Este movimiento canaliza malestares e ilusiones “de abajo hacia arriba” en una periferia más incomprensible para el ojo de la izquierda, a la vez que mantiene en su seno trayectorias individuales dispares y simultáneas (hay pastores de todos los colores políticos, incluso cristinistas). Y es una de las cuestiones que está en el quid de este tiempo: el modo en que convive una parte de la sociedad empoderada, laicista, hija de los años kirchneristas, con este otro rostro humano de la sociedad religiosa. Sería simplificador creer que son la parte del pueblo que responde simplemente al ideario de Cambiemos, por más que el gobierno haya aceitado en estos tiempos su vínculo, incluso como en la provincia de Buenos Aires, incorporándolos al circuito de la política asistencial.